Ironías pictóricas. Cuentos construidos en base a un imaginario colectivo que permanentemente se pregunta asuntos tan contingentes que parecen pasados. Temas tan normales y, por decirlo de algún modo, tan corrientes que no encajan -por lo general- en la temática pictórica que Edwin Rojas lleva al plano visual. Poco a poco ha logrado elaborar una serie de códigos que establecen redes de relaciones seriadas que en cada obra, se extienden hacia el contexto de la irrealidad pura hasta llegar a la circunstancia que atañe al personaje o al conjunto de personajes y/o situaciones de la obra siguiente. Ello muestra que sus obras tienen un hilo conductor.
Pero, ¿cómo logra transmitir una sensación de permanente mutación sin caer en la ambigüedad?, ¿cómo evita la connotación deprimida y multicultural que, en sí mima, es la ciudad desde dónde procede su raíz y su obra?
Con una serie de imágenes que son evidentemente narrativas, Rojas va construyendo un lenguaje. Su propio abecedario, cargado por una rica y contrastada iconografía, cada día ha ido haciéndose más coherente y más propio. Sin embargo, hay que recordar que su obra surge en un ?caldillo? artístico marcado por la apertura, por el eclecticismo y la tolerancia a todos los estilos en pos del personal. En este sentido, Edwin Rojas recoge aspectos lúdicos de El Bosco, por ejemplo, y de la pintura internacional. Sin embargo, también cita con mordacidad muy cómica a los pintores chilenos de marca. Se ríe, incorporando en su trabajo la cita nunca dubitativa de artistas de nuestra breve historia del arte. Algunas veces serán grandes maestros. Otras promesas incumplidas. O, esos creadores reconocidos, pero recocidos y que carecen de toda propuesta viva como la suya. Es un juego duro. Un comportamiento pictórico ágil y divertido. Sin duda, un influjo lateral en su obra, también está presente en la pintura latinoamericana, pero sobre todo, en la fuerte tradición figurativa argentina. El humor de Ana Eckel y de Antonio Seguí aparece y se van como un huracán, pero dejan una ventisca fresca que es el saber y hacer reír.
Rojas se abre al cuadro dentro del cuadro como se ha hecho a lo largo de la historia del arte, pero con la pureza e inocencia de la pintura colonial americana y además agregándole el conocimiento estructural de la escena.
El abre el cuadro al horizonte, tal como lo hiciera el chileno Camilo Mori en algunas de sus pinturas, desde los altos ventanales del Valparaíso de principios de siglo pasado. Con ello, da aire a la escena principal, la contextualiza siempre en un margen fantasioso y cómico, porque -al fin y al cabo- los personajes son muñecos que fluctúan entre la escena principal y esa maraña de situaciones anexas entretejidas, y que Rojas va construyendo, sin ánimo de apoyar a la imagen, sino como método de captura del espectador. Su juego es visual y sicológico.
De esta forma, Edwin Rojas reutiliza aspectos ya presenciados en la pintura chilena de caballete. Incluso cuestiona el tema del desnudo y del retrato y más adelante, esgrime que el paisaje ya está hecho. Entonces, exclama con fuerza callada: ?¿Qué es lo que el pintor puede hacer??. Y, sin palabras, se responde.
Rojas se mueve en el espacio abierto. Sin embargo, confrontado a la línea del horizonte tiene la necesidad de superponer escenas siempre en la tónica del barroco colonial americano. De esa actitud narrativa deriva una escenografía que carga a la obra, en general, de un sentimiento teatral y obliga al personaje a tener una actuación digna de aquel personaje que fue y que ya no es más. O, lo que es lo mismo, aquel que es y desconoce. Aunque, por ventanas, reencuadres y marcos también aparecen otros siempre vigentes: el falso, el ladrón, el mendigo y el copión; el que muere de avaricia o, incluso, aquel simplón que juega y balancea a la vida a cada instante. Ellos, y otros que vendrán, son parte de un microcosmos. Un inframundo que sólo se vive y que no se puede ver a secas, porque se palpa. Está vigente en cada esquina, en cada mendigo vicioso, en cada rostro de prostitutas y travestis nocturnos? A tanto contraste portuario, Rojas le entrega dignidad, porque supone que es necesario ofrecerle un equilibrio a la compleja realidad desde el lenguaje plástico. El usa la pintura con claridad y destreza para entregarnos historias sin fin que armonizan una clara intención racional por acudir y restituir sus raíces, es decir, su memoria visual y, por otro lado, la valentía de citar lo ?incitable? ó decir lo ?indecible? con humor y un dejo de sana maldad que, en definitiva, es la proveedora de una visión de mundo siempre cambiante, pero que mantiene los estereotipos que provocan la situación lúdico-humorística que baña a toda su obra.
Edwin Rojas nace en Valparaíso, Chile. Ha participado en numerosas exposiciones tanto colectivas como individuales, no sólo en su país, sino también en Argentina, Estados Unidos, México, República de El Salvador y en importantes ferias de arte de Buenos Aires y Miami. Ha recibido numerosos premios, distinciones y becas a lo largo de su carrera en Chile y en el extranjero. En la actualidad es uno de los más destacados artistas de la Galería Praxis de Chile.
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