La serie Islas marca una etapa significativa en la producción de Sara Corenstein, pintora mexicana. Luego de sus búsquedas previas en las posibilidades artísticas del textil, los objetos, la fotografía y el ensamblaje, la inquieta creadora decide enfatizar sus propuestas pictóricas en una prolongada exploración por sus territorios más íntimos: la memoria, los descubrimientos desoladores. Corenstein aprovecha su larga experiencia en la pintura abstracta para revertir el aspecto de paisajes convencionales hasta dotarlos de una desapacible calidad introspectiva. Para pintar emplea acrílico al cual añade óleo a fin de adensar la materia con que transmite su testimonio. El procedimiento es tan simple como una trampa: la ambigua recreación de paisajes en apariencia inofensivos contiene, bien destacadas, zonas oscuras que en primer lugar remiten a nociones de cartografía; un examen más atento revela que las zonas oscuras presentan, con pinceladas de un rojo intenso, inobjetables refrencias a desgarraduras, a heridas, a conmociones existenciales. En torno a las islas así diseminadas por el lienzo (que se convierte en biografía), los trazos de rojo revelador despliegan asimismo referencias a la sexualidad femenina. Corenstein articula una cuidadosa confesión sobre su errancia, la soledad y las angustias que ha experimentado en una sucesión de ámbitos de engañosa tranquilidad. Islas se presenta, así, como una ambiciosa y sutil memoria de la errancia, la soledad y el desarraigo de una artista que, sin embargo, accede a una etapa de madurez y serenidad que le permiten cuestionarse a través de un proceso cuya vastedad se contrapuntea con la sutileza de la expresión. El riesgo implícito en esta formulación es hasta qué punto el tour de force consigo misma le permitrá, a la pintora, sostener la cartografía de su historia personalísima sin perder la facultad para registrar el eco de otras voces y otros ámbitos de la feminidad. Jorge Pech-Casanova
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