La modernidad concibe la fotografía como arte de la realidad objetiva Dándole un giro radical a este concepto y retomando el referente pictórico que da origen a la imagen fotográfica, Luis González Palma utiliza la técnica para registrar el lado b de la realidad: aquél que se construye como relato psíquico cuyos materiales provienen de la memoria y la emoción. Catalina Mena
En Venecia 2005, el artista guatemalteco Luis González Palma instala la obra "La Luz de la Mente", consistente en una serie de fotografías de 1 x 1 metro cuya imagen recurrente es el paño que cubre el pubis de Cristo crucificado según la representación de pintores como Bellini, Rubens, Velázquez y Zurbarán. La obra no ha dejado indiferente al público y la crítica: nuevamente el artista lleva la fotografía a un borde emocional.
Impulsado por una antigua curiosidad religiosa -por lo demás presente en toda su producciónâ González Palma se pregunta por ese misterioso paño que cubre a Cristo desnudo y que, en el código religioso, es llamado "paño de pudor". El artista extrae ese elemento y vuelve a montarlo en otro contexto, conservando la sensibilidad estética de los cuadros de los cuales proviene. De este modo, "copia" los paños en volumen, como piezas de vestimenta realizadas por un sastre. Pintados según el tono y la textura del referente pictórico y amarrados según el modo en que aparecen representados por los artistas originales, los suspende en el aire y los ilumina, convirtiéndolos en piezas dramáticas de una ficción escenográfica.
La obra -que oscila entre la fotografía, la pintura y la instalación- parecería muy distante de aquellas figuras indígenas que caracterizaron la primera producción de este artista. Sin embargo, si se observa más detenidamente, es fácil descubrir el estrecho compromiso con la búsqueda que González Palma viene desarrollando desde hace ya mucho tiempo. La historia de la obra de este artista puede leerse como una permanente exploración de las posibilidades narrativas de la fotografía, que se aleja decididamente de la convención documental.
Lo que a González Palma le interesa no es registrar, sino reinventar. En esta vía, la fotografía opera como una técnica al servicio de la construcción de imaginarios y no como instrumento de constatación. Este deseo ya estaba presente en sus primeros retratos, donde los modelos son sacados de su contexto y colocados en un paisaje mental elaborado desde la subjetividad artística. Por ello, creo que a González Palma nunca le convenció del todo aquella lectura sobre su trabajo que lo interpretaba como una reivindicación de la presencia indígena. Precisamente, porque lo que él tomaba de esos rostros era la carga energética que los apartaba de cualquier discurso sociológico más o menos lineal y políticamente correcto. González Palma suspendía esos rostros en un estadio cultural de carácter mítico. De algún modo los sacaba del discurso para exacerbar su carácter puramente simbólico.
Este tránsito desde la documentación a la escenificación alcanza su máximo desarrollo cuando el artista renuncia definitivamente al referente real y "objetivo" incursionando en el terreno radical de la intimidad como invención del lugar donde se articula la escenografía psíquica y emocional. En su serie Jerarquías de Intimidad (aún en progreso) el fotógrafo recrea situaciones que, al ser fotografiadas, funcionan como estímulos para la imaginación. Sus títulos son frases narrativas ambiguas y abiertas, que permiten que el espectador las cierre según su propia experiencia Quizás porque estaba amaneciendo o Mientras esperaba pensaba en el sueño son algunos de los enunciados que operan como sugerencia para disparar un método de asociación libre que de sentido a la imagen. Sin duda, González Palma siempre estuvo más interesado en los mundos interiores que en los mundos exteriores y fue por ese derrotero que llegó a construir y materializar estas escenografías e imágenes que, aunque utilizan elementos del mundo externo, sólo cobran sentido cuando se leen dentro de un código de subjetividad.
En esta línea, puede leerse la actual obra del artista, como indagación en la memoria de un elemento visual que se extrae de todo contexto para instalarse como símbolo único. Es su afán simbólico llevado a rango más suntuoso, en cuanto el símbolo religioso es, sin duda, un símbolo de privilegio.
Ahora, si hubiese que recuperar el hilo del deseo que palpitaba en los primeros retratos de González Palma, habría que atender al concepto de mestizaje. Decir entonces que el artista realiza un tránsito desde la figura mestiza hasta el mestizaje de los géneros visuales. Lo que él explora es la hibridación de símbolos culturales y, en esa exploración, va echando mano de la hibridación visual, permitiéndose el uso de registros y técnicas mixtas, irreverente al canon de la fotografía tradicional.
Mestizaje y contraste que ha sido leído como encuentro singular entre lo contemporáneo y lo arcaico, lo local y lo global. ¿Pero qué elementos concretos nutren estos conceptos? Lo contemporáneo se cifra en el cruce de los lenguajes, la posibilidad de salirse del canon de género y transitar entre distintas visualidades, la opción narrativa que entiende al espectador como un lector atiborrado de pequeñas y grandes historias y, por supuesto, la construcción de una realidad alternativa que opera como referente fotográfico.
Lo arcaico, que aquí se cruza y atraviesa, es el retorno de un sentido religioso que ha desaparecido de gran parte del arte actual y de una sensibilidad poéticamente comprometida que, últimamente, ha sido reemplazada por el cinismo postmoderno. González Palma es un romántico y él mismo lo reconoce. Amante de espíritus como Julia Margaret Cameron y del clima pre-rafaelista, no puede evitar que se le salga la nostalgia y, en ese sentido, que sus fotografías remitan a la tradición más vernácula de este arte que, por un lado, es deficitario de la pintura y, por el otro, está ligado a la muerte. Porque la fotografía, en su acepción primera, no es otra cosa que un arte de la muerte, un mecanismo amoroso que consiste en eternizar aquello que ya no está. Sin duda, las fotografías de González Palma hablan del pasado, de la pintura y de la muerte. Pero el gran activo de esta obra ha sido su capacidad de atravesar un mundo globalizado instalando una diferencia. González Palma maneja códigos amplios, pero siempre se juega su propia historia. El artista no la rehuye, no la niega, no la exagera. Está ahí, simplemente, por un asunto de honestidad. Es esa honestidad, como énfasis singular y específico, lo que atraviesa y energiza el circuito global convirtiendo la experiencia personal en memoria compartida. Luis González Palma nació en 1957 en Guatemala, pero actualmente vive y trabaja en Córdoba, Argentina. Estudió arquitectura en la Universidad de San Carlos; comenzó a sacar fotografías como aficionado. Presentó su primera exposición individual en 1989 y desde entonces ha mostrado sus obras en aproximadamente 60 exposiciones. Sus fotografías se pueden apreciar en más de 30 museos y colecciones alrededor del mundo, incluyendo el Instituto de Arte de Chicago, Museo de Berlín, Museo de la Fotografía (Bélgica), Museo de Bellas Artes de Taipei (China), Casa de las Américas (Cuba), Centro de Arte Reina Sofía (España) y el Museo Nacional de Bellas Artes (Argentina), entre otros. Presentó el proyecto "Luz de la mente" en la reciente edición de la Bienal de Venecia.
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