RAFAEL GÓMEZ-BARROS

El Viaje del Albergue: Un Acercamiento a Rafael Gómez

By Pau-Llosa, Ricardo
RAFAEL GÓMEZ-BARROS

Cuando por señal de tema, tí­tulo o alusión, la obra de un artista se arraiga en las crisis o esperanzas que puedan residir en su tierra natal—como ocurre con las pinturas, dibujos y esculturas del artista colombiano Rafael Gómez—la principal responsabilidad del crí­tico es establecer lí­neas de interpretación entre la obra y el mundo que el artista comparte con los demás. La obra de Gómez sin duda incorpora una reflexión trascendente y poética acerca del medio siglo de guerra civil que ha atormentado a Colombia —como Álvaro Medina ha observado con gran lucidez. Gómez es capaz de alumbrar sin titubeos los espirales de la muerte y la destrucción sin dejar de producir imágenes de una belleza memorable y penetrante. Otros crí­ticos, enfocados en sus series Urnas y Hasta la tierra es mestiza, especialmente Jorge de la Fuente y Carlos Arturo Fernández U, se han percatado del ví­nculo entre la abstracción y la repetición en la obra de Gómez, y el enlace mayor entre éstas y la simultaneidad de estéticas tribales e individuales (i.e. modernas) en su pintura. Las imágenes de rostros y cráneos en estas series y sus fluctuantes detalles y texturas evocan las múltiples connotaciones de la máscara—de lo ritual a lo existencial. Estas preocupaciones operan como los cimientos de toda una obra que amerita los agudos elogios que ha recibido hasta el momento.
Sin embargo, hay otra dimensión en la obra de Gómez que me llama la atención, y esa es la relación entre viaje y forma. El propio artista ha aludido a esta dimensión en un comentario sobre su instalación y la serie de dibujos y esculturas titulada Sonajeros-en referencia a los artefactos sonoros usados por shamanes precolombinos (y aún utilizados por los de varias tribus amazónicas) en diversos rituales. Algunos de éstos son de carácter fúnebre; otros evocan deidades que traen la salud y que residen en el aire. Pero Gómez va más allá de la apropiación de artefactos y legados indí­genas. Crea bultos con textiles, fibras, semillas, cordeles, tierra y cañas cuya forma predominante es la de dos calaveras unidas por las quijadas, como si el objeto y su reflejo llegaran a ser de la misma materia y de esa unión transformativa, y solamente de esa unión, un llamado a la eternidad asumiera un destino musical imaginado. Rostros sin caras, como los de momias, anclas del ser después que el ser ha perecido, sus matracas atribulan sólo al oí­do de la mente. Como lo hace la muerte, afirma el artista, el ruido viaja de persona a persona atravesando el tiempo de manera igual de "cí­clica, como los esquemas que heredamos, asumimos, vivimos y delegamos. . .Sonajeros que se repiten en el tiempo y en el espacio."
Conceptualmente, los Sonajeros se ubican en el centro de la trayectoria de Gómez. Las escuetas delineaciones de las máscaras obtienen aquí­ una resonancia más compleja y llena. Los bultos fúnebres y bihemisféricos brindan evocaciones irónicas y contradictorias—las de la vida resurgente, bien sea el feto, o un recién nacido, la semilla o la célula en división. Suspendidas en aparentes cascadas, las membranas simulan un pasaje, un descenso, un viaje de una dimensión a otra. No está claro si las formas van hacia arriba, hacia elevaciones deificadas, o si están descendiendo a nuestra tierra humilde y mortal. Como todas las cosas envueltas, como quiera que se presenten, éstas sugieren viajes de la materia, la mente y el espí­ritu. Cuando una forma está concebida de manera que evoca el movimiento urgente, no puede sino anotar sus orí­genes en el nacimiento y su destinación en la muerte, pero tampoco puede evitar unir a estos dos polos en esa circularidad que brindado halo y amarre a todo mito y metafí­sica.
¿Qué añoran estas formas? ¿Ante qué presencia desesperada finalmente dejarán caer su inextricable máscara para enfrentar al tiempo y a sí­ mismas sin egoí­smo? Gómez nos ofrece una pista en su siguiente serie, Casa Tomada, cuyas imágenes de hormigas huyendo por espacios grises y tierras representan una partida de las formas faciales, craneales y abultadas de sus series anteriores. Casa Tomada, una vez más, alude a una crisis colectiva: los refugiados de guerra, y no se refiere solamente a los de Colombia. Pero es difí­cil eludir la forma de reloj de arena que las hormigas comparten con los Sonajeros tridimensionales, o dejar de percatarse del ví­nculo entre la suspensión de estas formas en instalación y el escapar de las hormigas de un borroso punto que otrora significara la seguridad a otro frágil recinto de alivio, sólo para huir de nuevo una y otra vez. Sí­sifo atravesando un campo llano, siendo su minúsculo ser la única roca. Un ábaco de fugas guí­a a todo ser, pero sin poder contar sus pérdidas, como un alfabeto de estaciones de refugio cuyas amontonadas letras no alcanzan a darnos palabra o significado.
El albergue es el paraí­so cotidiano, siempre perdido, recuperado para volverse a perder. Nuestros cuerpos retienen un recordatorio vital del albergue en el cráneo—la única parte exo-esquelética de nuestro ser, de otra forma armado internamente. El cráneo es el útero óseo de la mente, su cáliz, su sueño de dura residencia, su máscara engullida. Es también una forma que une—y envuelve—los cí­rculos gemelos del 8 y el orbe. Es la forma lo que constituye el viaje en el arte, y con llantos mudos y el descifrar de las historias, también lo constituye en la vida.

Nace en 1972 en Santa Marta, Magdalena, Colombia. Se graduó como Maestro en Artes Plásticas en la Escuela de Bellas Artes, en Santa Marta, Colombia, y en la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Bogotá, Colombia, en 1998.
Con un contenido altamente social presente siempre en la obra de Gómez Barros el mundo indí­gena colombiano, sus cultos y sus prácticas rituales son un pretexto para indagar sobre la condición humana. Su personal posición frente a las situaciones que se viven en Latinoamérica y en el mundo es "lúcida, realista y actual". "Su sensibilidad individual capta la violencia y la traduce en una imagen metafórica de gran fuerza visual y solidez conceptual." La muerte está siempre presente en su obra, y está permanentemente concatenada con la vida, en un juego eterno Vida-Muerte Como en su serie Urnas; se desenvuelve para llegar a Sonajeros, en la que el sonajero representa los cascabeles que dan alegrí­a a la vida, pero también el ritual de la muerte.
Desde 1999, Gómez Barros ha presentado sus series Hasta la tierra es mestiza, Urnas y Sonajeros en diferentes salones, como la Galerí­a el Museo y Galerí­a La Cometa en Bogotá, Galerí­a 39 de Caracas, Venezuela, entre otras; ferias como Art Expo-New York (2003), Feria Internacional de Arte Contemporáneo en México (2003), Salón del Arte Colombiano en Milán, Italia, y en exposiciones individuales en Galerí­a Alonso Garcés en Bogotá, Museo Bolivariano de Arte Contemporáneo, en Santa Marta, Colombia, Museo de Antioquia, en Medellí­n, Colombia y Galerí­a Arquetipos, en Monterrey, N.L. México, entre otros espacios de exhibición.
Gómez Barros vive y trabaja en Bogotá, Colombia, y es representado por Dilia Pinto-Araujo