La noción de diseño biológico en el estudio de las formas orgánicas sufrió un vuelco al traspasar las fronteras de las ciencias naturales y resultar difundida a otros dominios culturales en el siglo XX. En tiempos recientes -desde 1990 aproximadamente-- con la aparición de ricas especulaciones acerca de un horizonte post-humano (recuérdese la discutida e impactante muestra de Jeffrey Deitch del mismo nombre en Pully, Lausana, en 1991), en el que la re-ingeniería anatómica se ha dado la mano subversivamente con la ciencia ficción, por una parte, y con la ingeniería genética en versión mediática (a partir de Dolly, oveja clonada), por otro, la idea de un ser humano parcial o completamente diseñado y construido ha cobrado un vigor redoblado. El cine ha popularizado este territorio y ha hecho de él uno de sus cotos de caza privilegiados y, a su vez, ha tendido a dotarlo de un halo de futurismo distópico, cuando no francamente terrorífico, y ha dejado así patentizadas las posibilidades de un actualizado paradigma de lo sublime en sintonía con la estética del videoclip.
Verónica Wiese (Lima, 1973) está entre aquellos creadores pertenecientes a la última generación de fotógrafos peruanos, que desde el año 2000 han introducido prácticas estéticas asociadas a una fotografía asistida digitalmente, y caracterizadas por la tendencia a la intervención del espacio mediante el despliegue de volúmenes geométricos portadores de imágenes sugerentes de estructuras para la teletransportación o para el desarrollo controlado de vida articifialmente creada en el laboratorio. Sus dos últimos proyectos, desarrollados entre 2003 y el presente, son presentados en simultáneo en sendos espacios de exposición limeños y magnifican el ámbito conceptual y la intención estética que su obra anterior había evidenciado.
En Biotipos, el horizonte de su propuesta se reafirma enfáticamente como propio del dominio surgido de la proyección cultural de la Genética -con embriogénesis y reproducción in vitro, como ingredientes adicionales provenientes del imaginario actual del laboratorio de investigación biológica--, hoy promovida a paradigma de revolución científica de segunda mitad de siglo XX. La conversión de la imagen del cuerpo en representación escultórica figurativa de organismos mutantes con fuerte reminiscencia humana, ligados a estructuras capsulares envolventes con aspecto de esporas o crisálidas, alimenta el trabajo de instalación y lo lleva en esta oportunidad a una espacialidad de signo amplio y abarcador. El componente de extrañamiento es clave dado que la mutación en la imaginación del espectador va asociada con la teratogénesis o la generación de monstruos. Ciertamente, las figuras no son ni armónicas ni atractivamente proporcionadas, carecen más bien de contornos de cuerpo completo y se exhiben como amasijos semi-humanos en formación.
El designio totalizador se pone de manifiesto en el intercambio de experiencias de Wiese con individuos provenientes de otras áreas de creación plástica, que marcan ostensiblemente la realización. Lo escultórico en el caso de las piezas individuales ha sido trabajado para satisfacer una visión integrada y, por ello mismo, con riesgo de supeditar el vuelo imaginativo a los requerimientos de puesta en escena. De ahí que la apertura de la propuesta haga de ella una empresa plasmada con todos los visos de obra de creación de acento eminentemente personal, producida en diálogo permanente por un equipo de taller según un plan cuidadosamente elaborado. Se alcanza una notoria interdisciplinariedad con la incorporación de sonido, cuyo efecto es la alteración de la percepción de una temporalidad emanada del ambiente. Basado en una exploración sonora que buscaba establecer un nuevo paisaje definido auditivamente, ha redundado en la elección de dos pistas principales de audio: una de sonido ritmado regular, sugerente del latido del corazón de los vertebrados, y otra con reminiscencias de ruido blanco (white noise), que aludiría a un medio ambiente electrónico como experiencia primordial.
Wiese logra, sin embargo, que Biotipos, su más ambiciosa realización hasta la fecha, impacte convincentemente como simulación paradojal de un tableau vivant cientificista, que rompe con nuestra expectativa de propuesta de artes visuales para la sala del Museo de la Nación. Se trata de una instalación, muy pictóricamente determinada -la iluminación es crucial en este aspecto--, con aura cuasi sublime de área de almácigo/producción de seres diseñados, bajo condiciones experimentales súper vigiladas.
Microfusión, de otra parte, reúne lo último de su creación en imágenes digitales sobre soporte bidimensional, y es de corte abstracto fantástico. Es como si a partir de la imagen digital se hubiera lanzado a visitar nuevamente el mundo icónico de algunos surrealistas, que emprendieron su exploración psíquica en libre alusión a la vasta variedad de la naturaleza mineral, entremezclada con la de primigenias especies vegetales, y hubiera aplicado una variable referencia escalar: tanto por hacer que aparezcan indicios de una miniaturización que llevaría el todo al orden de las nano-dimensiones; o para invocar un ciclo cósmico en el que los vestigios de una estrella se apagan por siempre, y las retinas parecieran alcanzar a vislumbrar la obra en la oscuridad. El título ciertamente sugiere un ámbito de fenómenos casi subatómicos.
A diferencia de las piezas escultóricas instaladas en Biotipos, las imágenes digitales, una vez penetrada la extrañeza asociada también a ellas, configuran una poética visual basada en un factor de seducción que opera por medio de una constante alusión a transmutación de sustancias elementales, y hay allí para el espectador un motivo de maravilla y fantasía: la contemplación de un proceso que escaparía normalmente a su observación. Por aquí hace su ingreso inesperado una aplicación del concepto de inconsciente óptico, descrito por Walter Benjamín en su "Pequeña Historia de la Fotografía", pues el espectador se convence de estar asistiendo a la revelación de una sucesión de estados de la materia sólo gracias a la potencia de la fotografía. En ese sentido, es posible que tome las imágenes como científicas más allá de toda duda. El conjunto, presentado en la galería El Ojo Ajeno, del Centro de la Fotografía, en Miraflores, toma distancia de la habitual propuesta fotográfica en el medio artístico local. A través de esta doble presentación de obra reciente Verónica Wiese se coloca en una encrucijada para la cual hay escasos precedentes en la producción plástica más reciente en el Perú y crea expectativas sobre el rumbo que tomarán sus próximos trabajos.
Verónica Wiese nació en Lima, Perú, en el año 1973. Estudio comunicación audiovisual en el Instituto Peruano de Publicidad (1992/1995) y fotografía en el Instituto Antonio Gaudí (1996/1998).Entre los años 2002 y 2004 ha llevado talleres de escultura en Lima y en el Art Students´ League en Nueva York. En 1998, realizó un documental fotográfico en la Antártida dentro del marco de un proyecto televisivo. Ha realizado seis exposiciones individuales y múltiples colectivas en galerías y museos de Lima entre los años1998 y 2005. Actualmente es directora de la galería Punctum en Lima, Perú, especializada en arte contemporáneo y es representada por la galería El Ojo Ajeno del Centro de la Fotografía en Lima.
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