Sabrina Montiel-Soto
13 Jeannette Mariani, Paris
Un diminuto hombre que limpia una oreja, una mano que sostiene un saquito de té, personajes extraños de siluetas casi abstractas. El arte de Sabrina Montiel Soto es una interesante convergencia de estrategias conceptuales y formales, construido “de delicadeza” con atención y exquisito miramiento. Joven artista venezolana, de formación cineasta que trabaja con numerosas disciplinas que incluyen, instalaciones, esculturas y videos, presenta en la galería 13 Jeannette Mariani una nueva faceta de su obra. Asociando esculturas y objetos, pone en escena armonías frágiles e inventa un lirismo despojado de toda grandilocuencia.
El meticuloso trabajo que se percibe instantáneamente en la muestra es en sí una lección de tranquila contemplación y un acto de resistencia contra la inmediatez y la rudeza de la infor- mación visual. La vengeance, L’attente, Le hasard, son algunos de los títulos de las obras presentadas sobre muro pero no por ello relacionadas con el concepto bidimensional. Cada elemen- to (hilo, mano, oreja, espina) se distingue por su discreta fragi- lidad, por una delgada línea entre lo perdurable y lo perecede- ro, donde la práctica y la repetición de ciertos gestos manua- les, forman la esencia de su trabajo. Objetos y personajes que con su presencia inauguran un mundo en el cual, desde su pequeña escala, hablan de la existencia solitaria del hombre, recordándonos que ésta tiene una duración en el tiempo y que sucede en el espacio, en algún lugar determinado. Montiel-Soto entiende claramente la cualidad ilusoria de un lente. Cada escultura es un mundo particular que nace de una narración, de un imaginario, de una de sus películas. Concebidas como una apertura de espacio y punto de encuentro entre el con- ciente y el inconciente, surgen de la asociación de ideas que lle- van a crear el título de la obra o viceversa. Son el eco de esas imágenes que constituyen sus instalaciones y videos.
Gracias a la apropiación y desnaturalización de los objetos, las obras se manifiestan en un entorno y en una temporalidad que son propias de la artista; concentra en la estructura de la obra las unidades de tiempo, espacio y acción a lo que se le suma un movimiento, el del espectador, quien está obligado a detener la mirada. Intrigado, debe aproximarse para descubrir los detalles, creándose así un vínculo de reflexión con cada una de ellas. En esos mundos diminutos, la pequeña figura del hombre contras- ta con la enormidad del espacio, y es en este contraste que surge una noción temporal que se vincula con lo finito y lo infinito, y otra de carácter espacial que se relaciona con lo enorme y lo diminuto. Así como es posible pensar en el romanticismo, en las escul- turas que conforman la mues- tra también hay algo de poesía surrealista, algo de absurdo, inquietante en estos objetos y personajes minúsculos que nos muestra la artista y que hacen recordar a los hombres de Magritte. Un mundo mágico, intemporal, que impacta por la manera en que logra crear una especie de nueva arqueología escultórica. En el caso de la obra Le discours qui ne plaît pas, nos preguntamos: ¿que sucede, qué está haciendo o diciendo ese pequeño hombrecito en medio de una gran oreja? Volvemos a mirar la obra y ésta nos devuelve la pregunta, porque nos encontramos con una figura solitaria, intrigante, que revela una pose y una actitud que parece alejarse en el tiempo y el espacio para adentrarse en los límites entre lo real y lo onírico. Detenerse, callar y dedicarse a mirar. Mirar con el cuerpo, pero también con los ojos del espíritu; ¿se podrá entonces entrar en ese universo encantado que guía hacia los meandros de un neosurrealismo? Perturbadoras y sugestivas, estas obras ofrecen una mirada personal. Invitan a imaginar mundos posibles, historias y situaciones particulares, sugieren, incitan al espectador a abandonarse a las percepciones más íntimas, sin límite.
Starting with his early work, Crespin has shown interest in remotely moving elements in space. His technique arrives at unprecedented levels within his oeuvre with “Hiperficies” (2010), the biggest piece made by the artist so far (210 x 195 cm) and which gives title to the show. 120 concealed motors move 60 metal bars that remain suspended, only to create a series of spatial configurations. 60 individually moved elements become one body that transforms in the air, stimulates imagination, and expands our conceptions of form and space. The organic pace of the continuous movement compliments a mesmerizing experience for the viewer, who remains peacefully alert to the changes of the whole piece. Light plays an important role in Crespin’s work. The projected shadows create their own dance and become a reminder of the spectacle’s physicality. In “Tetralineados Orange” (2010) color becomes a central figure of the event. Aluminum and orange-Plexiglas squares follow the choreography conceived by the artist, in which the material opens new perceptive alternatives when elements superpose and reflect the surroundings.
As a whole, the show “Hiperficies” is an invitation to stop and look. It is true that to require time from the viewer to appreciate a piece is a high expectation to have these days, when everything is instantaneous. However, Crespin’s playful use of chaos and order, light and shadow, art and technology, is an enchanting experience in which the viewer just gives up and lets the magic happen.